EL OTRO MILESIO

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EN DEFENSA DEL LIBRE DISCURRIR DE LOS INDIVIDUOS

“IR MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS”

Por: Martín Portillo*

Muchos hombres y grupos hoy reclaman que sus ancestros fueron los primeros americanos, que son descendientes de pueblos “originarios”. No sabía que el hombre se había originado en América. Al parecer las teorías que lo explican les quedan cortas o son meras fábulas, ellos son “originarios”. Es así como lo “políticamente correcto” da una versión falsa del pasado que terminará por convertirse en la “Verdad” asumida por mayorías que de ciencia y método científico tal vez no entiendan mucho y para quienes el pensar las cosas solo tiene que ver con ¿cómo obtener el alimento y cubrir las necesidades básicas?

Pero, dejando de lado esa horrorosa costumbre de los politiqueros por manosearlo todo y ensuciarlo (los conocimientos científicos en este caso) debemos tomar como punto de reflexión, esa aparente verdad tan conocida pero poco comprendida en sus alcances.

Los hombres NO SON oriundos, nativos ni originarios de América, TODOS los seres humanos que habitan hoy América son descendientes de diversos grupos que arribaron a las costas americanas en un lapso de tiempo que se extiende hasta el periodo pleistocénico. Los grupos más recientes quizá sean los refugiados de origen árabe en este siglo XXI.

Ir más allá de las estrellas


Cada grupo humano que ha llegado ha debido abandonar sus lugares tradicionales de convivencia, lugares en los cuales estaban acostumbrados a realizar su vida social y crear y recrear su cultura. Mas, cuanto más nos alejamos del presente nos encontraremos con grupos humanos que no eran sedentarios, su nomadismo los caracteriza. Esos hombres entrenados, habituados al errabundeo como forma de vida y medio de supervivencia habrían sido los primeros en llegar a las costas americanas.

Esos hombres arrastrados por la necesidad de obtener alimento se alejaron de sus lugares conocidos, se aventuraron más allá de lo habitual, hacia lo ignoto, su precio fue la muerte de muchos y la sobrevivencia de algunos, que descubrieron nuevos hábitats para asentarse y reproducirse. Hubieron de enfrentar nuevos ecosistemas, relieves terrestres insólitos, agrestes, inhóspitos. Necesitaron desarrollar entonces nuevas formas de enfrentarse con la naturaleza para domeñarla y poder aprovecharla. Las nuevas especies animales y vegetales los retaron a descubrir su utilidad y nocividad. Tuvieron que comenzar a fabricar nuevas armas y herramientas que se adaptasen a sus necesidades. Innovación, descubrimiento, difusión del conocimiento, prosperidad para algunos como consecuencia de ese proceso de satisfacción del hambre básica, el hambre por seguir vivo. Los que no supieron o no pudieron seguir estas pautas fueron devorados por otros seres vivos o sepultados por las fuerzas de la naturaleza.

Afrontaron montañas, atravesaron océanos en frágiles embarcaciones, superaron tempestades gélidas y modificaron sus costumbres para hacer posible una nueva vida en América. La Tierra de los Inmigrantes. Tuvieron que “des-pensar” lo que sabían y recomponer sus ideas en función de los nuevos retos que el entorno les planteaba, necesitaron dejar de lado algunas pautas de conducta ancestral y desarrollar nuevas pautas de comportamiento que les sirviesen para sobrevivir en los nuevos ecosistemas y también bajo nuevas formas de relación social. Aquí, en América realizaron el portento de la domesticación de algunas especies de flora y fauna. Dejar la cueva, fabricar chozas, construir aldeas, ciudades y centros de culto fueron las hazañas que lograron aquellos que abandonaron el nomadismo, forma de interacción que habría durado más de diez mil largos años. Quizás los primeros horticultores que fueron conscientes de lo que significaba y significaría sembrar de allí en más, previeron el fin de la recolección y del nomadismo, entendieron tal vez que una forma de vida terminaba para ellos y que deberían comenzar a descubrir nuevas formas de organización social, tendrían que ensayarlas, pues no había precedentes. Debió de ser terrible, saberse el final de una “forma de vida” sin poder prever que “nueva forma de vida” se estaría conformando.

Dejar el temor a la escasez por la tranquilidad de los frutos sembrados y cosechados que siempre sobrarían. Imposible prever que nuevas necesidades surgirían, que otras actividades podrían aparecer. Solo supieron que sus esfuerzos serían menores y sus beneficios mayores, pero a cambio de una gran dedicación a la comprensión del Universo, del mundo que los rodeaba. Solo entendiendo los ciclos de vida, los ciclos climáticos, los procesos naturales, podrían ellos obtener de lo existente más de lo que hasta entonces habían logrado.

Sus ancestros se enfrentaron a largos viajes hacia lo incierto, pero arribaron y sobrevivieron, ahora ellos, miles de años después iniciaban otro viaje, un viaje a través de las desconocidas formas de organización social que planteaba la sedentarización.

Hoy, mis jóvenes alumnos, pretendientes al título universitario inician también un viaje. El viaje que los alejará de las costas de lo conocido, de lo oído, visto y vivido en casa, en el cálido y seguro entorno familiar, en el cenáculo de amigos del barrio o la Iglesia. Hoy deberán comenzar a prepararse para preguntarse muchas cosas, si es que no se las preguntaron ya. Y no responder como siempre oyeron, sino como nunca se haya oído o adaptando lo conocido por ellos a los nuevos entornos que les toca enfrentar.

Sus ideas de lo que debe ser deberán ser contrastadas con la larga experiencia acumulada por los humanos y colegir de ellas cuan útiles o beneficiosas son algunas ideas y algunas prácticas. Deberán cuestionar en muchos casos lo conocido y arrojarse por los océanos oscurecidos de lo que aún no se vislumbra. Esa tarea, la de descubrir, la de domeñar las ideas sueltas y someterlas a la dirección del razonamiento lógico les permitirá descubrir, no sin cierta desazón, nuevas orillas. Atreverse a desembarcar en ellas y comenzar a vivir por su cuenta es otro reto que solo los menos se atreverán a realizar. Esas nuevas orillas no serán las de otro mundo, sino las de un mundo que ellos ya pueden comprender por sí mismos. Conscientemente. A veces se viaja no para ir a otro lado, sino para regresar al mismo lugar, pero con un bagaje tal que modificará el entorno sin remedio.

Aventurarse en la labor académica e intelectual es imitar a esos antiguos hombres que con hambre se lanzaron más allá de lo conocido. Hoy los hambrientos de conocimientos se lanzarán hacia ideas, teorías y nociones que les servirán de contorno y contraste, pero que no necesariamente habrán de seguir silenciosamente y sin reflexión. El periodo de la sumisión fenece, se inicia el periodo de la búsqueda, del cuestionamiento racional, de la superación de lo emocional. La única guía constante a pesar de los grandes cambios es la luz de la racionalidad humana. Solo ese faro alumbrará a los que eviten los piélagos y no se lancen tras cantos de sirena. De ese modo evitarán la manipulación que siempre tratan de ejercer sobre el conocimiento científico los grupos de interés. Como el caso inicial de este articulo.

Deberán ir ¡más allá de las estrellas!

*Docente en la Universidad Mayor de San Marcos

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